Juego de mesa.

Jugamos y hacemos cosas con los niños, pero no sólo eso, si no que además procuramos hacerlo cada poco.

 

En serio, ¿existe una caza de brujas, de críticas sobre hacer cosas con los niños (y que nuestros padres no hacían cosas con nosotros)? ¿Acaso es que, los padres que no sacan ni segundos para estar con sus hijos y prefieren tocarse las narices cuando tienen el tiempo (cosa que respeto), tienen más voz? Lo único que oigo es que soy un payaso de feria, un abierto 24 horas, que los peques tienen que jugar solos, que la infancia es chulísima y creamos imbéciles por entretenerlos y hacer manualidades o cocinar con ellos. Pues vale, me la pela tanto lo que digan de mí que sólo digo lo que hago, y no lo cuento para crear polémica si no para dar ideas al que quiera pillarlas.

 

 

Y justamente ese día fue uno de los pocos que pude estar en el jardín porque estaba hasta arriba de curro este verano y he tenido literalmente cinco días para dedicarles, pero no porque sea mi obligación, sino porque quiero, porque me lo paso teta piruleta con ellos y porque me sale del alma estar a su lado; ah, si viera que no es necesario ni para ellos ni para mí, no lo haría.

 

El juego en sí es muy simplón pero entretenido, son pequeñas piezas de madera (me encantan los juguetes y juegos de este material) que has de apilar para luego ir quitando una a una, éste en concreto que lo compramos en el ALDI y salió tirado de precio. Los peques se lo pasaron fenomenal (¡el pichu también!) y son unos fenómenos a este juego.

 

Así que el que quiera que haga lo que se lo ponga en las narices.

 

Besos.